jueves, noviembre 02, 2006


El Salvador chiste del Tiburón


Acababa de contar el famoso chiste del Tiburón y todos reían. Junto con mi hermano y su esposa hacía cinco minutos que habiamos dejado el City Tropic Bistro de Melbourne en el centro de la Florida y el conducía su Coche azul en dirección a casa de mi hermana Alex, donde dormiriamos esa noche. Era una tranquila noche de sabado el 25 de noviembre de 2004, yo me sentía bien, hacía un mes que había llegado a EEUU para mi curso de inglés y estaba compartiendo con una parte de mi familia que llevaba demasiado tiempo sin ver. Carlos conducía el Honda Civic azul, a su lado reía mi chiste Lisa y yo sentado en el asiento de atraz me sentí en plena armonía con ellos, fui completamente feliz en ese momento y eso me salvó la vida.

El City Tropic es un bar que se encuentra en la 192 ave. Justo antes de llegar a la playa en Melbourne Beach, está abierto todo el día hasta las 2 a.m. Sirven desde desayunos hasta copas y con diferentes ambientes dependiendo del día en que se visite. Esa noche la fiesta era de HipHop, Carlos, Lisa y yo habiamos tomado un par de cervezas cuando llegamos a las 11 de la noche y nos habían invitado a una fiesta en casa de unos amigos, pero lo descartamos porque queríamos llegar a casa temprano. A la 1 de la mañana partimos saliendo del parking y tomando la 192 hacia el oeste. Carlos condujo cerca de cinco minutos en linea recta y justo cuando cruzabamos el puente que la calle levantaba sobre la interestatal 95 el semáforo cambió a rojo.

Al llegar a ese punto de parada los tres nos encontrabamos inmersos en el relato del chiste del tiburón, yo lo contaba y ellos a la expectativa. La hístoria termino y ellos rieron, Justo en ese momento tuve un dèjá vu. Recordé como todos juntos en familia solíamos pasar largas tardes riendonos y contandonos historias como la de las cerezas, las de doña Marta o la de los cuerpos gloriosos. Fue un momento fugaz, pero que me permitio hacer una translación a la que vivía en ese instante y me sentí en un momento de esos que se recuerdan toda la vida. Hice el gesto que hago siempre que estoy más que feliz: Recostarme completamente en el sillon que estoy ocupando. Fue así, mi cuerpo se recostó perfectamente en el sillon de atraz del coche y se fundió completamente en el, desde las piernas hasta el cuello. Aunque nunca imaginé la razón real por la que lo recordaría.

Un momento, un segundo, dos chichillidos y estabamos volando todos dentro del coche en dirección de un poste de la luz que sostenía tambien el semaforo que continuaba en rojo. Carlos pudo con agotadora maestría controlar el coche sin ruedas para evitar el obstaculo y pararlo casi 80 metros más adelante de donde estabamos esperando el cambio a verde.

El choque fue brutal y pasó rapidamente. Resulta que un chico de más de 40 años se le había ocurrido tomar antidepresivos antes de salir de fiesta, beberse varios litros de alcohol y poco después conducir a más de 130 kilometros por hora. El conductor, Jeffrey, impactó el coche detenido de mi hermano a más de 130 kilometros por ahora y la broma produjo una de las historias más extrañas que he vivido.

Justo después de que mi hermano lograra detener el coche, bajamos y nos preguntamos si estabamos bien. Todos miramos hacia atraz y vimos un coche negro detenido con una persona inconciente dentro, Jeffrey. Mi hermano y su mujer hacian señas a una camioneta para que parara en auxilio y yo caminé tres pasos antes de mirar hacia nuestro coche y expresar la ya famosa expresión de NOJODAA!. En ese momento me senti ir y casi perder el conocimiento. Las personas que pararon me hicieron acostar y al mirar la inmensa contusion que tenía en mi espalda decidieron llamar a la ambulancia.

La policia y la ambulancia llegaron de forma rapida, en un momento todos me preguntaron como me llamaba y quien era, “What’s your name?. How are you old?. Where you are? Don’t move you!. Todos me hablaban al tiempo y yo no atinaba a responder nada. El desconcierto fue total cuando a lo lejos vi flotar en el aire la cesta de la ropa sucia de mi hermano que llevabamos en el baul destrozado del coche. Luces rojas y azules, me sentía en una de las películas de Duro de matar (die hard) (La jungla de cristal) pero sin Bruce Willis.

Me ataron bestialmente la cabeza a la camilla con cinta aislante, lo que hacía que jundo con el collarín no pudiera mover la cabeza. No sé si la fuerte presión de la cinta en la frente me causó más dolor que el golpe en si, pero el hecho de que en una de las apacibles noches del noviembre floridiano yo terminará en una ambulancia era ya una historía dificil de olvidar.

Este choque fue el epílogo de la bienvenida que el país del Tio Sam, de Al y de Nancy me tenían preparada. Antes habían sido la seguidilla de tres huracanes en menos de un mes y el casi atropello de un coche loco en el jardín de casa de Alex, pero eso es harina de otro costal, o nunca mejor dicho: letras de otro relato.

miércoles, noviembre 01, 2006

Joan Salvat-Papasseit

Ahora no se hace, pero yo aun lo haría.
Visitar tierras y no quedarse en ninguna,
amar en todas una chica virgen.
Creer en la guerra porqué es bueno el combate,
cada herida la sangre de un poema.
Cuando Dios nos llame poder contestarle:
tanto quería que besaba cada vaso.

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